domingo, 15 de agosto de 2010

10 de junio - oıunɾ ǝp 01


Palabras fugaces - sǝɔɐƃnɟ sɐɹqɐlɐd

Hay un sobre encima de la mesa.

Cuando era una cría me carteaba con otros críos. Ellos me contaban sus secretos y yo inventaba unos cuantos para ellos. En esa época solía ponerle muchos menos reparos a las mentiras. Letra negra que resalta en el blanco marfileño del sobre, trazos precipitados. Siempre me sorprende ver mi nombre escrito por otra persona. Es como mirarse al espejo y ver los ojos de otro en tu cara.

Es una carta de Daniel. Sólo me dice que me quiere por escrito, en persona se limita a ser el ser más dulce y bueno del universo. A demostrar su cariño, su amor, en cada gesto desinteresado que la humanidad ha inventado. ¿Cómo se rechaza algo así?

Sé que debería sentir algo. Pero amabilidad es todo lo que tengo para responder. He descubierto que puedes atar a alguien a tu vida con sólo una sonrisa en el momento indicado, un gesto fugaz para que voluntariamente decida regalarte su mundo. Ni si quiera me siento egoísta.

Cojo el sobre y lo abro sin cuidado, la carta es corta. Un lugar y una hora… y la firma, es tan infantil. Quedan cuatro horas para la supuesta cita, intento no pensar en escenas románticas, el techo me parece mucho más interesante.

Solía tener miedo a caminar sola, precipitaba mis pasos y miraba al frente, asustada del eco de mis pasos. He aprendido a disfrutar de ese pequeño temor, conteniendo la frialdad, olvidando los rostros de la gente al pasar. Los detalles de escenas aisladas se fijan en mis sueños.

Una amiga me habló una vez del destino, se enfadó cuando le dije que yo no creía en él. Me niego a creer que existe algo ajeno a mí que dirige mis acciones o me tiene guardadas las sorpresas, que las saca una a una de una bolsa y que tarde o temprano acabaran. Caramelo o manzana envenenada. Nunca sabes lo que es y no tienes derecho a decidir no tomarlo. Sin embargo si me dirijo a una cita con Daniel y aparece ella, Raquel, en mitad de la calle y me saluda con media sonrisa ausente la duda me acribilla.

__ Hola –saludo -, ¿qué tal?

Siempre es lo mismo.

__ Bien, estoy buscando algo de música nueva. Hay una tienda de vinilos cerca –contesta.

Sonrío.

__No sabía que tuvieras tocadiscos –comento. Evita mirarme y yo lo agradezco, no sé el tiempo que podré mantener el rictus de sonrisa indulgente.

__ Ya ves – contesta con un encogimiento de hombros -. Y ¿tú?

__ He quedado.

__ ¿Con Daniel?

Asiento.

__ Es un buen tío. Te quiere mucho.

__ Lo sé.

Palabras fugaces, nos hemos vuelto expertas en fugacidad. Raquel es la primera gota en la tormenta, la que te hace mirar al cielo y fijarte en las nubes negras que hay sobre tu cabeza; primero ella y después todo lo demás. Miento.

Cuando la conocí se crearon pequeños universos a mi alrededor. Poco a poco fue absorbiéndolos, sin darme cuenta perdí la parte de mí que podía diferenciar los momentos buenos de los malos. Supongo que la clase de amor que se nutre de la amistad es diez mil veces más mortífero que el amor que consigue desahogarse en la pasión.

__Tengo que irme –dice.

__ Adiós… - la palabra muere en mis labios, se apaga y cae pesadamente a mis pies.

Cuando Daniel aparece tengo ganas de abofetearle. Quiero gritarle “me das igual”, “no me
importas”, “déjame en paz”.

“Tengo que irme…”

Raquel.
14 de mayo de 2010.